Los invisibles

-Buenos días.  Me llamo Javier, vivo en Prados del Este con mis padres. Tengo 16 años; soy bueno en Matemáticas pero no en fútbol.

 

Por más que lo repitiera una y otra vez  frente al espejo, el  discurso no sonaba natural. Quizás tendría que cambiar lo del fútbol y las Matemáticas. Le gustaría omitir el tema del deporte pero sus compañeros, tarde o temprano, se darían cuenta de su nula habilidad con la pelota. Con el tiempo se darían cuenta que era tardo para seguir y entender una conversación “típica”, que tenía problemas para coordinar movimientos y que, definitivamente, no diferenciaba los tonos sarcásticos que el común de las personas utilizaba para maquillar eso que  se decía. Terminarían por burlarse de él, como siempre, como en la primaria o en los campamentos de verano, si no con insultos directos lo harían con el filo hiriente del silencio que solo se le otorga a los invisibles. Invisible; no era tan divertido ser invisible, quizás porque los invisibles no forman parte de nada. No es como se muestra en las películas; el verdadero poder de un invisible es el de no estar, incluso cuando se desea con todo el corazón hacer notar su presencia entre una multitud de ojos indiferentes. Cuento completo

La nana de Luis

Le encantaba observar  como la diminuta bailarina daba vueltas y vueltas dentro del estuche de madera mientras la música sonaba; ese había sido el último regalo de su abuelo materno, un recuerdo que lo acompañaría el resto de su vida. Don Mario había sido una de las pocas personas que supo comprender el mundo interior de Luis; aunque sus padres tenían la mejor voluntad del mundo, no lograban entender muchas de las cosas de su hijo. Raro, excéntrico, solitario, depresivo y otros calificativos por el estilo acompañaron a Luis durante los primeros años de su vida, no era un niño feliz, al menos esa era la impresión que un observador casual se podía llevar. Era extraño verlo sonreír, algo que para un chico de cinco años resultaba especialmente particular,  sin embargo era de notar el interés que mostraba hacia las artes, especialmente hacia el dibujo;  aunque la cuadra estaba llena de niños de su edad, Luis prefería quedarse en casa pintando, ajeno a lo que pasaba a su alrededor. Lee el cuento completo

Cómo escribir y presentar un cuento infantil

Pasos para escribir:

 

Lee todos los cuentos que puedas. Nada puede “enseñar” a como escribir cuentos mejor que leer cuentos. Escoge autores que te agraden así como también autores clásicos. Pon mucha atención en la forma en la que los autores desarrollan los personajes. Escribe el diálogo y la estructura de los argumentos.

 

Busca y reúne ideas para tu cuento. La inspiración puede llegar en cualquier momento, así que carga una libreta de notas o algo similar de modo que puedas escribir tus ideas a medida que aparezcan. La mayor pare del tiempo solamente pensarás en pequeños pedazos de información (un evento catastrófico puede servir de base para el argumento central, el nombre de un personaje, etc.), pero algunas veces tendrás mucha suerte y la historia saldrá completa en un par de minutos. Si tienes problemas encontrando inspiración o debes escribir esta historia como parte de tu trabajo para la clase es bueno que hagas una tormenta de ideas.

Escoge una idea y desarrolla los detalles. En el mejor de los casos, una historia debe tener una introducción (la parte de la historia que lleva al centro de la historia), el centro de la historia (un momento decisivo dentro de la historia donde existe un conflicto entre varios personajes o uno solo) y el desenlace (un final satisfactorio donde el conflicto de la parte central es resuelto) Muévete de atrás hacia adelante desde tu idea principal (esta puede o no ser el principio de tu historia) y pregunta ¿Qué ocurre luego? o ¿Qué ha pasado antes de esto?

El Jardín Interior

LA LLEGADA DE LA SEÑORITA MCALISTER

 

- Jaque mate!

- ¡No puede ser! - Chilló Galimatías- ¡Ya van cinco veces seguidas!

- Tal vez si dejaras de rascarte y lamerte tanto harías un mejor juego.

 

Afuera hacía un clima estupendo. El sol bañaba con sus dorados rayos las rosas y jazmines que coloreaban alegres el jardín exterior de la casona de los Villareal. La mansión, una enorme estructura de estilo gótico, parecida a un castillo medieval, estaba ubicada a las afueras de Bogotá, por la carretera que conduce a Tunja y Villa de Leyva por la Autopista Norte. A pesar de ser gigantesca (contaba con 12 alcobas, cada una de ellas más grande que los apartamentos que se hacen ahora) en su interior vivían solo tres personas: Alfredo, Susan y su pequeño hijo Andrés, de siete años. La joven pareja provenía de una clase alta, ambos habían nacido, como se dice popularmente, en cuna de oro y no sabían lo que era la escasez ni la necesidad, aunque esto no los hacia necesariamente malas personas. Ninguno llegaba a los treinta, y sin embargo entre los dos sumaban más de siete títulos y doctorados. Al éxito en sus carreras, había que agregarle el hecho de que Susan acababa de heredar de su tío abuelo la casa en la que vivían; se acababan de mudar allá pensando en que los grandes espacios y los coloridos parques que colindaban con la propiedad le harían bien a Andrés. Ojos afuera, la felicidad parecía cosa garantizada, pero las cosas no son siempre lo que parecen. Continúa

 

 

Caballito de Palo

¡Arre, arre caballito de palo! La tormenta se acerca y el cambuche está muy lejos todavía. Recuerda que no te puedes mojar, otra lluvia no resistirás; tu madre es una escoba y tu padre madera podrida, ¿a eso quieres llegar?

 

¡Arre, arre caballito de palo! Falta mucho por andar. Tu crin de estropajo conserva el polvo de tus recuerdos de aserrín, cuando tus ojos de corcho se habrían por primera vez a un nuevo amanecer. Tu nacimiento tuvo lugar entre tablas, lijadoras, serruchos y el entrañable aroma de barniz. Desde el comienzo todo en ti fue traumático, no creí que lo lograrías. La corteza que cubría tus desnudeces era un pedazo de piel corroída y putrefacta, ni las polillas te querían ya. De antemano, a la fogata de algún asado estabas destinado a parar, sin embargo había algo en ti, un brillo en uno de los múltiples agujeros que cicatrizaban tu superficie, que delataban tus ganas de existir. Naciste viejo, naciste muerto, y aún así alcanzaba a escuchar tus desgarradores relinchos reclamando un lugar en mi establo. Te saqué del matadero, te limpié y te puse pelo para convertirte en mi compinche de aventuras, mi Plata ensillada, corcel de paso fino con quien recorrería las zonas mas azarosas de mi pequeño jardín, los desiertos de mi sala, de la cocina los collados sin fin.  Continúa