El Jardín Interior

I LA LLEGADA DE LA SEÑORITA MCALISTER

 

 

- Jaque mate!

- ¡No puede ser! - Chilló Galimatías- ¡Ya van cinco veces seguidas!

- Tal vez si dejaras de rascarte y lamerte tanto harías un mejor juego.

 

Afuera hacía un clima estupendo. El sol bañaba con sus dorados rayos las rosas y jazmines que coloreaban alegres el jardín exterior de la casona de los Villareal. La mansión, una enorme estructura de estilo gótico, parecida a un castillo medieval, estaba ubicada a las afueras de Bogotá, por la carretera que conduce a Tunja y Villa de Leyva por la Autopista Norte. A pesar de ser gigantesca (contaba con 12 alcobas, cada una de ellas más grande que los apartamentos que se hacen ahora) en su interior vivían solo tres personas: Alfredo, Susan y su pequeño hijo Andrés, de siete años. La joven pareja provenía de una clase alta, ambos habían nacido, como se dice popularmente, en cuna de oro y no sabían lo que era la escasez ni la necesidad, aunque esto no los hacia necesariamente malas personas. Ninguno llegaba a los treinta, y sin embargo entre los dos sumaban más de siete títulos y doctorados. Al éxito en sus carreras, había que agregarle el hecho de que Susan acababa de heredar de su tío abuelo la casa en la que vivían; se acababan de mudar allá pensando en que los grandes espacios y los coloridos parques que colindaban con la propiedad le harían bien a Andrés. Ojos afuera, la felicidad parecía cosa garantizada, pero las cosas no son siempre lo que parecen.

 

- ¿Otra partida?- preguntó Andrés.

- No creo, voy a orinar y después iré mordisquear algunas flores, además mira como están mis uñas; ¡ay Dios!, hace cuanto que no las afilo.

 

Una campanada larga interrumpió la conversación. Los timbres en las casas viejas suelen sonar altos y graves, pero este era afinado y dulce, daban ganas de quedarse timbrando una tarde completa.

 

- ¿Quién será? Pregunto Andrés.

- Debe ser tu nueva terapista- contestó Galimatías mientras se rascaba una oreja.

- Espero que sea más agradable que la anterior.

 

Al poco tiempo Susan abrió la puerta (se habían quedado sin muchacha porque la anterior renunció argumentando que Andrés la ponía nerviosa y no sabía como tratarlo). En el rellano apareció una mujer alta y delgada, tendría alrededor de cuarenta, cuarenta y cinco años. Vestía una elegante chaqueta azul de botones dorados y una falda color hueso que le llegaba un poco más debajo de las rodillas. Su negro cabello azabache se mezclaba en algunos tramos con delgadas fibras doradas, (si uno se fijaba bien podía darse cuenta que eran canas), y le caía perezosamente a lado y lado de un rostro blanco y fino hasta extenderse un poco más allá de sus firmes hombros. Su sonrisa era dulce y sincera, parecía ser alguien activo y vivaz.

 

- ¿Es esta la casa de los Villareal? – preguntó con tono alegre mientras sus pecas parecían aumentar de tamaño mientras sonreía.

- Así es, - contestó Susan. Señorita Mcalister supongo. Siga por favor.

- Gracias, pero por favor, llámeme Conny.

 

El solo recibidor era tan amplio que habrías necesitado algunos segundos para darte cuenta que la sala principal (tenían tres salas) estaba unos cuantos metros mas adelante. Mientras caminaba, la señorita Mcalister miraba detenidamente los cuadros de paisajes que adornaban el ancho corredor que conducía a la sala y algunos otros algo más enredados, el tipo de pintura que los artistas llaman impresionista, con firmas de Miró, Dalí y otros personajes famosos. Se interesó especialmente por unas lámparas araña de cristal que caían vacilantes del altísimo techo de madera, eran inmensas y muy antiguas, al mirarlas no pudo evitar recordar la antigua casa de la bisabuela en Palermo, en la época en que Bogotá no era tan grande como lo es ahora. Al final del pasillo había un atril de madera tallada, encima reposaba un inmenso libro, estaba abierto. Seguramente llevaba mucho tiempo sin que nadie le prestara mayor atención, pensó ella, ya que se veía nuevo y sus hojas no tenían ese aspecto desgastado por el uso que suelen tener los libros que amamos y leemos una y otra vez. Al llegar a la primera nave se dio cuenta que por fin había llegado a la sala principal (el recorrido le pareció eterno). Un bodegón y una gigantesca alfombra persa de algodón y seda le daban al recinto un toque mucho más vetusto, demasiado clásico para ella. A la izquierda había una puerta de vidrio abierta, al acercarse para inspeccionar vio que esta daba a un pequeño jardín. En realidad no era mucho lo que había que ver, solo pasto y unas cuantas florecillas amarillas arrumadas bajo un arbusto. El aire era frío. Al adentrarse más observó que en uno de los rincones había un niño sentado de rodillas jugando con unas fichas de ajedrez y un gato criollo revolcándose en la tierra en un intento desesperado por rascarse el lomo. El gato fue el primero en notar su presencia; con pasos decididos se acercó a Conny y después de olfatearla un poco comenzó a pasearse por entre medio de sus piernas en una muestra de cortesía hacia la recién llegada.

 

- Lo tenemos hace poco- explico Susan- un día llegó de repente; lo intentamos sacar pero vimos que eso parecía afectarle al niño, por eso no fuimos capaces de intentarlo otra vez.

 

- Lo entiendo, los animales y los niños suelen crear vínculos muy estrechos- respondió la señorita Mcalister mientras acariciaba la barbilla del minino. – Los gatos me resultan simpáticos, aunque personalmente prefiero a los perros. – Al decir estas palabras pareció como si el gato hiciera un breve gruñido, aunque nadie lo notó.

 

Con pasos cortos comenzó a caminar hacia Andrés. Él ya había notado su presencia, pero seguía con la vista clavada en las fichas del ajedrez mientras sus manos se movían nerviosas entre un montón de arcilla que tenía al frente.

- Tú debes ser mi pequeño paciente- le dijo con voz dulce y ojos sonrientes.- Soy Conny, y estoy encantada de conocerte.

- “Mucho gusto – decía el niño para sus adentros – yo soy Andrés, y soy autista”.

 

 

 

 

II EL DESCUBRIMIENTO DE UN NUEVO MUNDO

 

 

- Un gusto conocerte pequeño Andrés. ¡Oh! ¡Un jaque mate con Alfil y caballo!, el más difícil. ¿Las tuyas son las blancas, verdad?

 

Por una fracción de segundo Susan sintió un leve sobresalto. No recordaba haberle dicho a la señorita Mcalister el nombre de su hijo. Por otra parte, pensaba que las fichas del ajedrez estaban puestas de forma arbitraria, sin ningún sentido. Creía que el tamaño y el brillo de las fichas (era un viejo ajedrez de marfil, muy antiguo pero bien conservado) eran lo que atraía al niño; además, ¿con quien podría jugar? Y en caso de haber otro jugador, ¿Cómo podría jugar si nadie le había enseñado nunca? “Tal vez ese sea su estilo para establecer contacto”, se dijo a si misma. Mientras tanto, Andrés apartaba por primera vez la mirada del tablero para clavar sus ojos en la figura que le acababa de hablar. En cuestión de segundos sus enormes y negros ojos escanearon detalladamente a la mujer que ahora se sentaba a su lado.

 

- Comenzaré a trabajar ahora mismo señora Villareal- dijo Conny sin dejar de sonreír- Entre mas aprovechemos el tiempo mejor.

- Como guste señori.. Conny. Cualquier cosa que necesite estaré en el estudio, el segundo salón doblando a la izquierda.

 

Cuando ambos quedaron solos hubo en el ambiente un silencio incómodo. Aún el gato se quedó sentado en sus cuatro patas, expectante de lo que pudiera ocurrir o decirse. Conny seguía mirando con ojos tiernos a su pequeño paciente mientras que este había retomado su interés por la arcilla y las fichas del ajedrez.

 

- Eres un gran ajedrecista Andresito, ¿Quién te enseñó esa jugada?

 

Un sonido raro con la boca y un murmullo inteligible fueron la única respuesta. El gato se rascaba perezosamente la cabeza mientras Conny se acercaba más al chiquillo en un intento de generar confianza.

 

- ¡Pero que bonitas botas! ¿Te las compró tu papi?

 

Un nuevo chasquido.

 

- No parecías tan tímido al comienzo Andrés.

- Ya se lo dije, no soy tímido, solo autista.- respondió el pequeño en un tono hostil.

- Ya veo, y es por eso que estás hablando conmigo.

- No es mi problema.

- En realidad no eres tú el que habla conmigo sino soy yo la que está platicando contigo.

- Da igual, ¿no? Replicó el chico.

- Eso depende desde la perspectiva en que lo mires. Contesto Conny.- Yo por ejemplo, he tenido que trasladarme a tu mundo para intentar establecer una conversación contigo y tú me recibes groseramente.

 

Dichas estas palabras, lo que al principio parecía ser un pequeño y pálido jardín interior se convirtió de repente en un hermoso y bello parque silvestre. Variedad de flores y plantas inundaban alegremente el verde césped mientras un pequeño ejército de coloridas mariposas danzaban en el aire creando toda suerte de bellas y extrañas figuras.

 

- Dale una oportunidad Andrés. – Decía una voz chillona que parecía provenir del gato. - No parece como las otras.

- No lo escuches – dijo un diminuto copetón que acababa de llegar.- En el fondo todas son la misma cosa; la demora es que te encariñes con una para que se largue al poco tiempo.

- No sé porque no te he tragado todavía pajarraco. Baja, te quiero mostrar algo.

- Tranquilos todos – Exclamó Conny con voz suave pero firme a la vez. – Y tú Ramiro, ¿Qué no te han enseñado a no juzgar a la gente antes de conocerla?

 

La señorita Mcalister parecía sentirse de lo más cómoda en tan extraña situación, incluso parecía disfrutarlo. Al acercarse al montón de arcilla con el que Andrés estaba jugando cuando llegó, vio como este se había convertido en un bello y perfecto busto de hombre.

 

- Es mi papi- dijo con orgullo el niño.

- Si, que feo es – interrumpió el copetón. - ¿Dónde están el pico y las plumas?

- Ni Miguel Ángel lo habría hecho mejor pequeño.

- ¿Va a intentar hacerme salir a la calle? ¿Me va a obligar a estar con otros niños?

- Si no quieres, no corazón.

 

En el pasado reciente los padres de Andrés, preocupados por el retraimiento del niño, consultaron a los mejores expertos buscando una cura que trajera a su hijito al “mundo real”. Decenas de especialistas y terapistas infantiles desfilaron por la casa de los Villareal sin lograr ningún resultado positivo. Juegos didácticos convencionales, palabras salameras y grandes cuentas de cobro era lo único para resaltar de aquellas terapias aburridas y tediosas. El matrimonio se había trasladado a la gran casona donde ahora vivían con la esperanza de que el niño se sintiera atraído por el gigantesco parque y los juegos infantiles que había cerca. En lugar de eso, el chiquillo centro toda su atención en el jardín interior que había junto a la sala principal, un lugar sin mayor atractivo. Cuando el gato apareció por primera vez, la esperanza se dibujo en el corazón de los Villareal al ver que Andrés mostraba cierto interés; los médicos habían diagnosticado autismo avanzado, así que cualquier manifestación de curiosidad era un gran avance.

 

- Tendrá que ganarse nuestro cariño- pío Ramiro.

- Avecilla, me sentiría muy honrada si puedo ser tu amiga.

 

 

 

 

III UNA EXTRAÑA REVELACIÓN

 

 

- ¿Cómo es que puede hablar conmigo? ¿Y como es que puede ver las cosas que yo veo?, preguntó Andrés ahora mucho más relajado que al principio.

- Es porque soy un ángel dulce niño.

- ¡Mentira! – interrumpió el copetón quien ahora se había posado en el hombro de Conny.- Es una profesional y le pagan para que te entienda.

- ¿Un ángel?, ya había conocido a uno una vez. Fue cuando mis papás me llevaron de paseo a las montañas. Yo no quería ir pero ellos me obligaron. Allí conocí a…. creo que se llamaba Peter, un niño un poco más grande que yo. Jugamos toda la tarde. Cuando ya me estaba sintiendo a gusto mis padres decidieron que era hora de irnos; tal vez les dio rabia ver que me estaba divirtiendo.

- Nada de eso Andresito- contestó Conny con un susurro- Ellos no podían ver a Peter y pensaron que estabas sufriendo alguna crisis. Se sintieron nerviosos y por eso se fueron, no los culpes.

- ¿Y entonces por qué mi mamá si pudo verte ahora? – preguntó el niño perspicazmente. Ahora sentía la confianza para tutearla.

- Porque aquí hay una gran lección que todos deben aprender, incluso tu papá y tu mamá.

- Pero ellos son requete inteligentes- manifestó Andrés mientras abría sus grandes ojos en un gesto de admiración. – Ellos saben muchas cosas.

- Hay cosas que no se aprenden en el colegio, las cosas son algo complicadas y tú eres demasiado chico para entenderlas. ¿Por qué no vamos y hacemos algunas figurillas con la arcilla que sobró y después jugamos unas cuantas partidas de ajedrez?

 

 

La tarde transcurrió entre risas, juegos y arcilla. Conny resultó ser una ajedrecista bastante competente; de cinco partidas ganó tres y dos terminaron en tablas.

- El que seas mi paciente no quiere decir que tenga consideraciones contigo muchachuelo.

 

El día pasó muy ameno. Las horas desfilaron tan rápido que Andrés se sorprendió que su nueva amiga tuviera que marcharse. Un viento frío anunciaba el comienzo de la noche; las campanillas de bronce que colgaban encima del comedor (del comedor principal, habían tres) se balanceaban en movimientos circulares, como si bailaran con la brisa vespertina, mientras un suave tintineo servia como de música de fondo. Susan, que había pasado parte de la tarde adelantando trabajo en el estudio y la otra parte observando el trabajo de Conny con Andrés, se llevó una muy grata impresión de la señorita Mcalister, nunca había visto sonreír tanto a su hijo como aquel día. Por supuesto, ella solo veía a un adulto y a un niño jugar con arcilla y correr como locos alrededor del círculo de arena que había en el patio. No se percató de los arturios ni las bromelias, las astromelias ni las bugambilias que se alzaban coquetas en los rincones del patio y mucho menos de las peleas e insultos entre Galimatías y Ramiro.

 

- Fue grandioso lo que hizo seño…perdón, Conny. Fue maravilloso lo que hiciste con el niño.

- Créeme, lo disfrute mucho – contesto Conny mientras se sacudía algunos residuos de arcilla que tenía impregnados en el saco.

- ¿Y cuando será la próxima terapia?

- Tengo pensado venir mañana, si estás de acuerdo, claro.

- ¿Mañana sábado? Por mi no hay problema, pero tú.

- Por mi tampoco hay problema, y como sé que mañana va a estar Alfredo aprovecharé para hablar con ustedes dos un asunto importante. Temo que no habrán más terapias.

 

En el transcurso de la noche Susan no dejó de pensar ni un segundo en las palabras de Conny. No sabía que era lo que la intrigaba más, la repentina renuncia de la señorita Mcalister o el hecho de que aquella mujer supiera el nombre de su marido.

 

 

 

 

IV LA DESPEDIDA

 

El canto madrugador de los pájaros daba la bienvenida al sol que tímidamente comenzaba a asomar su rojizo rostro por el este. El silencioso silbido del aire matutino cantaba a las rosas y jazmines que dormitaban apacibles en el jardín exterior. La calma reinaba en el ambiente, sin embargo el corazón de Susan estaba intranquilo. Las últimas palabras de la señorita Mcalister la habían intrigado tanto que no dejó de pensar en ellas durante toda la noche. En los pocos espacios de sueño que tuvo reproducía la escena que había visto aquella tarde: Conny jugando con el pequeño Andrés y él riendo y sonriendo como un niño “normal”.

 

A las 10 de la mañana el melódico timbre de la casona retumbo en las paredes. Susan y Alfredo ya estaban levantados y vestidos. Esta vez fue el señor Villareal el que abrió la puerta para recibir a la elegante dama que estaba parada en el umbral.

 

- ¡Buenos días Conny! Susan me contó todo acerca de la jornada de ayer. Me dijo que querías hablar con nosotros de un asunto importante. Pasa.

 

Esta vez los cuadros surrealistas le parecieron, pero solo un poco, más entendibles que cuando los vio el día anterior. Al acercarse al libro gigante colocado en el atril al final del pasillo vio que estaba abierto en el Salmo 23. Sonrío tiernamente para sus adentros, y se preguntó si el señor y la señora Villareal lo habrían leído alguna vez. En el comedor principal la esperaba un apetitoso desayuno consistente en huevos revueltos, tostadas con mantequilla y jugo de naranja. Iba a decir que no tenía apetito pero le dio pena. Después de una pequeña charla trivial, fue Alfredo el que tomó la iniciativa:

 

- Susan me dice que no vas a volver a hacer mas terapias.

- Así es.

- Pero, ¿por qué? Mi esposa me contó que nunca antes había visto tan feliz a nuestro pequeño como ayer.

- Ese es el punto señor Villareal – contestó Conny mientras limpiaba delicadamente sus labios con una servilleta de seda – La terapia de ayer solo consistió en compartir con el niño su propio mundo interior, en brindarle amor y en dejarse llevar por la creatividad para pasar un rato muy especial con él. Ustedes no necesitan de una terapista para brindarle todo eso al niño.

- Bueno Conny…- contestó vacilante Susan – Nosotros no sabemos…

- Si saben señora Villareal, pero todavía no saben que saben.

- Insisto- agregó Alfredo un poco molesto – Se supone que tú eres la especialista acá, y que precisamente es para tratar con niños como Andrés que la gente te contrata. Si quisiéramos un discurso…

- Pienso – interrumpió Conny – que ustedes dos deberían tener en cuenta las condiciones actuales.

- ¿Qué condiciones?- preguntó Susan con voz temblorosa.

- Ustedes lo saben. A Andrés le queda poco tiempo de vida y no es justo que sus últimos días los pase con gente desconocida en lugar que con sus padres.

 

Alfredo y Susan palidecieron al mismo tiempo cuando Conny dijo estas palabras. Por supuesto que ellos ya sabían que, aparte de todo, el pequeño tenía leucemia, pero nunca consideraron la muerte como una opción.

 

- ¿Cómo…por qué dices eso? – preguntaba la madre mientras las lágrimas bañaban sus mejillas.

 

- Hay tiempo querida – le dijo Conny en tono cariñoso mientras tomaba sus manos entre las suyas. – Tu pequeño es un niño maravilloso y lo sabes. Comienza a quitar de tu mente esa categoría de normal y anormal y dedícale más tiempo, no tengas miedo. Él estará feliz de poder compartir sus juegos y sus cosas contigo.

 

A Alfredo y Susan les pareció ver como si una misteriosa y brillante luz iluminara el rostro de la señorita Mcalister. Ahora ella parecía mucho más hermosa de lo que ya era, y más joven también.

 

- Y tú Alfredo – Cuando dijo esto, al señor Villareal le pareció como si la voz de Conny se hubiera desdoblado porque la escuchaba duplicada, como en coro. Seguía siendo su voz, pero distinta. – Tú eres el ejemplo a seguir de tu hijo, aunque no te des cuenta de eso y aunque creas que él no se da cuenta de nada. Sé que lo amas mucho, pero debes aprender a ver más allá de lo obvió y descubrir la hermosura escondida que a veces se encuentra en un montón de arcilla. No te culpo. Así te educaron, pero siempre se pueden aprender cosas nuevas cuando le pides a Dios que te ayude a desaprender las cosas que no valen la pena y a aprender aquellas que pueden enriquecer tu vida y la de los demás.

 

Desde ese momento, la vida de la familia Villareal dio un giro de 180 grados. Alfredo y Susan compartieron más con el pequeño Andrés, y aunque nunca escucharon los chistes de Galimatías ni las declamaciones poéticas de Ramiro si tuvieron el privilegio de escuchar de los labios de su hijo dos palabras que siempre llevaron guardadas en su corazón: “los amo”.

 

 

 

 

EPÍLOGO

 

-¡Conny! ¡Hace cuanto tiempo que no te veía!

- Hola jovencito, ¿me extrañaste?

- Un poco, si.

- ¿Le sigues ganando en el ajedrez al gato?

- Pero solo porque yo lo dejo- contesto una voz chillona.

- Y tú avecilla, ¿Cómo has estado?

- He estado practicando artes dramáticas.

- Oye Conny…

- Dime pequeño.

- ¿Este sigue siendo el mismo jardín donde nos conocimos? Lo veo distinto.

- ¿Cómo lo ves?

- No sé, más grande, creo. Y las flores, son más bonitas.

- Tienes razón. ¿Y si ves ese arco iris?

- Si, ¡parece un rodadero gigante!

- Tal vez quieras montar un rato.

- ¿Si puedo?

- Pero claro que puedes muchachuelo.

- ¡Que bien! Mira, alguien se acerca…creo que lo conozco. Pero si es… ¡Hola Peter!