Los invisibles

-Buenos días.  Me llamo Javier, vivo en Prados del Este con mis padres. Tengo 16 años; soy bueno en Matemáticas pero no en fútbol.

 

Por más que lo repitiera una y otra vez  frente al espejo, el  discurso no sonaba natural. Quizás tendría que cambiar lo del fútbol y las Matemáticas. Le gustaría omitir el tema del deporte pero sus compañeros, tarde o temprano, se darían cuenta de su nula habilidad con la pelota. Con el tiempo se darían cuenta que era tardo para seguir y entender una conversación “típica”, que tenía problemas para coordinar movimientos y que, definitivamente, no diferenciaba los tonos sarcásticos que el común de las personas utilizaba para maquillar eso que  se decía. Terminarían por burlarse de él, como siempre, como en la primaria o en los campamentos de verano, si no con insultos directos lo harían con el filo hiriente del silencio que solo se le otorga a los invisibles. Invisible; no era tan divertido ser invisible, quizás porque los invisibles no forman parte de nada. No es como se muestra en las películas; el verdadero poder de un invisible es el de no estar, incluso cuando se desea con todo el corazón hacer notar su presencia entre una multitud de ojos indiferentes.

 

-Nací en Caracas pero mis padres son de Barquisimeto. No soy bueno ni en fútbol ni en béisbol y le tengo miedo a las telarañas.  

 

“Un momento”, lo interrumpieron sus pensamientos. “¿Por qué contar lo de las telarañas?” Tendría que dar una larga explicación que sus compañeros seguramente no entenderían ni querrían oír. Tendría que explicar que la realidad para él era como una enorme tela de araña que lo aprisionaba y lo dejaba a merced de gigantescos arácnidos que se acercaban para arrancarle la piel; que él era el insecto que la manada de los alfa había adoptado como juguete para no aburrirse.

 

-Me gusta leer sobre aviones de guerra y me gusta Queen.

 

Quizás con un poco más de emoción, se decía, mientras trataba de definir alguna expresión en su rostro que pudiera resultar convincente. Frente al espejo notaba que sus facciones no comunicaban nada, pero no sabía cómo colorear sus palabras con expresiones faciales que resultaran coherentes con lo que decía.

 

-¡Me gustan los aviones de guerra y escuchar a Queen!

 

Demasiado entusiasta. De las líneas ensayadas hasta ahora, la parte de Queen era la única que iría segura en su presentación.  Cuando los británicos visitaron Caracas hacía apenas dos años investigó lo que más pudo sobre el cuarteto liderado por Mercury, y aunque se aprendió algunas canciones descubrió que eso no era suficiente para conectar con sus contemporáneos. La misma soledad, solo que esta vez al ritmo de rapsodia bohemia.

 

-¡Buenos días! Me llamo Javier. Soy de Caracas pero (incluir más emoción para no ser tan plano) ¡mis padres son de Barquisimeto! No me gusta Queen pero ¡me gusta escuchar al béisbol!

 

¡Imposible! Sería un fracaso, como las otras veces. No tenía sentido preparar una presentación ante unos compañeros que desde ya sabía, le harían la vida imposible. ¡Cuánto le gustaría ser verdaderamente invisible! No así, a medias, donde desapareces cuando los demás parecen ser felices y vuelves a ser visible cuando alguien necesita un favor o cuando simplemente te quieren amargar el rato.

 

Se sentía ansioso. Faltaba un día para entrar a su nuevo colegio y los nervios se lo estaban devorando con furia mortal. Si permanecía encerrado perdería la razón; tenía que salir, ir a algún sitio para despejar la mente. ¿A dónde? Sus dos únicos amigos estaban fuera del país, su hermano menor estaba visitando a los primos de Valencia y sus padres no llegarían sino hasta la noche. Tampoco es que le motivara demasiado salir a caminar por unas calles atestadas de gentes presurosas, pero igual se decidió, vistió la chamarra negra que su tío Diego le había regalado en navidad y emprendió camino incierto. Era extraño, pensó de golpe, esa era una de las pocas veces que salía de su rutina, y para alguien que como él necesitaba tener todo fríamente calculado y organizado, este paseo representaba la improvisación máxima.

 

El sol caraqueño le recibió con tibias caricias que por un momento le hicieron olvidar la presión. La ciudad estaba primorosa, ese año se llevaría a cabo la novena edición de los Juegos Panamericanos y desde ya la capital se vestía de fiesta para impresionar a los cientos de turistas que visitarían la Sultana del Ávila. El metro recién inaugurado era sensación; la línea uno que cubría las líneas de Propatria y Petare  estaba en pleno funcionamiento y las imágenes de los noticieros mostraban a la gente haciendo largas filas para subirse en ese tren que solamente habían visto en películas y series norteamericanas. Mientras tanto Javier caminaba como un testigo silencioso que contemplaba desde su lado del muro todo el corre corre de sus vecinos. No supo cuánto caminó, había perdido la cuenta de sus pasos cuando cruzó la calle del Paseo Real para doblar por la calle Maracaibo.  Inmerso en sus cavilaciones, y sin saber hacia dónde más caminar iba a dar la media vuelta cuando se encontró de frente con una casona antigua con paredes de piedra y ladrillo.

 

-¡Es el colegio!- gritó el chico con una emoción que a él mismo le sorprendió. Sus pasos vacilantes lo habían conducido a lo que sería su cadalso prolongado por nueve meses. Tal vez se tratara de un acto reflejo; adelantarse a la pena para evitar la agonía que representa esperar una sentencia ya consabida. Estaba parado frente al templo donde sus enemigos orquestarían todo tipo de burlas y humillaciones mientras él, seguramente, buscaría refugio en sus pensamientos, repitiendo internamente cada una de las partes que integran el motor de un Lávochkin La-7 y teniendo la voz de Freddy Mercury como fondo. Las instalaciones, sin ser muy grandes ni vistosas resultaban imponentes; el largo patio tapizado con pisos de ladrillo le hacía pensar en un tiempo antiguo en donde los invisibles como él camuflaban su soledad entre las enredaderas que dejaban escapar sus hojas por los resquicios de las paredes húmedas. Todo parecía tan cuadrado, tan recto; a pesar de lo sobrio de la construcción había un encanto añejo que parecía hipnotizarlo.

 

-Este edificio tiene más de 25 años de construido, aunque reconozco que parece más antiguo. El colegio fue fundado por la orden de los carmelitas, quienes llegaron al país a finales de los cincuenta.

La femenina voz lo sobresaltó. Estaba tan embebido observando su nuevo colegio que no se había percatado que alguien estaba junto a él.

 

-Disculpa si te asusté. Me llamo Mónica. Soy la nueva orientadora escolar. Tú eres….

 

-Ja…Javier- Contestó tímidamente el adolescente. Que una chica bella te hablara de un momento a otro justificaba que comenzaran a sudarte las manos. Inútilmente trataba de ocultar su nerviosismo; su mirada era un péndulo que giraba entre el piso de cemento, las rejas metálicas de la entrada principal, la acera de la calle y las palomas que desfilaban una tras de otra en búsqueda de alimento. A veces, fugazmente sus ojos se detenían en los ojos cafés de su interlocutora. Ella, como las instalaciones del colegio, parecía venir de una época distinta.

 

-Mucho gusto Javier. ¿Estudias aquí?- La chica no dejaba de sonreír mientras hablaba. Parecía no darse cuenta en absoluto de las muestras de torpeza del joven; ahora un tic nervioso se había apoderado de él y no podía evitar dejar de mover las manos y hacer extraños movimientos con la boca.

 

-Soy…soy nuevo. Entro mañana.

 

-¡También eres nuevo! Que chévere. Y decidiste venir a conocer el que será tu segundo hogar este año, me parece genial.

 

Hubo cuatro palabras en aquellas frases que no le cuadraron de todo a Javier: Chévere, segundo hogar y genial. Algo en su expresión debió denotar cierto escepticismo porque Mónica le preguntó a continuación:

 

-¿No crees que va a ser delicioso venir y aprender mientras conoces nuevos compañeros?

 

Quiso contestarle tantas cosas. Decirle que la entrada a un nuevo colegio, de chévere y genial no tenía nada. Quiso contarle que para alguien como él, sin importar a donde fuera a estudiar, la única alegría de entrar al colegio era saber que habían vacaciones de mitad y final de año. Quiso decirle que durante prácticamente toda su vida de estudiante permaneció con la cabeza metida entre las fauces de las fieras que compartían con él el salón de clases, que el olor nauseabundo  de esas bestias había impregnado toda su experiencia escolar y que los conocimientos que pudiera adquirir no recompensaban ese tormento. No, no era chévere entrar a un nuevo colegio. Sin embargo no encontró las palabras para sacar del interior toda esa frustración, en cambio, una lágrima rebelde comenzó a rodar por su mejilla, como una condensación de toda la ira reprimida por tantos años.

 

-Ven, acompáñame- dijo suavemente Mónica mientras lo tomaba de la mano. Fueron caminando lentamente hacia el interior del colegio, un grupo de niños pequeños con uniforme jugaba en los alrededores, los de primaria entraban un día antes. Avanzaron hasta un banco de madera, como aquellos que se ven en los parques de Caracas. Cuando se sentaron y la tuvo frente a frente pudo apreciar todo lo hermosa que era; era una belleza distinta, transmitía paz, y por primera vez desde que comenzaron a hablar Javier dejó de esquivar la mirada. Su cabello era como la noche, largo y brillante, y las pecas alrededor de sus mejillas lucían como pequeños meteoritos que bailaban cada vez que sonreía.  “¿De dónde salieron tantas flores?”, se preguntó el joven;  hasta donde recordaba, el colegio parecía un convento colonial alfombrado por cemento y granito y ahora veía jazmines, orquídeas y cayenas por todos lados. Por un momento sintió que ya no estaba en el mismo lugar.

 

-Entiendo que tengas tantos sentimientos encontrados mi amor - “Parece que es maracucha”, pensó el chico mientras la escuchaba- Entiendo que tengas miedo, yo también lo tendría, pero, ¿sabes que es lo malo del miedo?, que no nos deja ver las cosas lindas que tenemos alrededor.

 

“Jajaja. ¡Cosas lindas! Como se nota que no sabes de lo que hablas”. La ansiedad estaba empezando a apoderarse nuevamente de él. Ya se quería ir.

-No me caracterizo por entender las cosas ipso facto, Mónica, pero puedo entender que me estás hablando como a un niño de párvulos. ¿Por qué no te guardas ese discurso para algunos de los pequeños que están por ahí jugando, chica, y me dejas en paz?

 

¿Qué había pasado? ¿Por qué le estaba hablando a esa mujer tan agradable de esa forma? ¿De dónde sacó el coraje para inferir palabras tan rudas a una desconocida que solo quería ser amable?

-Lo malo del miedo, cariño, es que también se hace violento, precisamente para no sentir más miedo.

 

Quiso excusarse, pero esta vez las palabras no fueron tan fluidas como antes.

 

-No quiero sentir miedo otra vez. Yo solo quiero estar tranquilo.

 

-No tienes que sentir miedo.

 

-Pero… ¿cómo hago?

 

-Cuando la noche está tan oscura, y de repente ves una pequeña luz que viene a lo lejos, ¿no sientes tranquilidad?

 

-Supongo que si

 

- Hay mucha oscuridad en el mundo Javier; para el común de las personas es más fácil atacar lo que no entiende que tratar de entenderlo-  Mónica no perdía su dulzura a pesar de la solemnidad con la que estaba hablando.

 

-Bueno,- contestó el chico- ni yo mismo me entiendo y por eso creo que me odio.

 

-¿De qué color son las flores ves acá?

 

Ahora todo el patio se había convertido en un inmenso jardín colorido lleno de niños pequeños que jugaban y saltaban entre los matorrales y la piscina de arena, ¡definitivamente no era el mismo sitio! La confusión que estaba experimentando no fue impedimento para que contestara la pregunta.

 

-Este…hay flores moradas, amarillas, blancas, de todo.

 

-Ok. Y los ángeles que están jugando a nuestro alrededor, ¿ya los detallaste chico?

 

¿Ángeles? Ahora todo el colegio era un río viviente de niños con delantal que corrían, reían y aplaudían. Algunos cantaban, otros saltaban como caballos y otros más se divertían viendo a los peces del estanque que, de un momento a otro, había aparecido en el centro del patio. Uno de los niños se acercó a Mónica para darle un beso en la nariz y ella le devolvió el saludo con un centenar de cosquillas que lo hicieron estallar de risa loca.

 

“Estoy soñando, estoy soñando”, se decía el joven mientras contemplaba estupefacto la alegre algarabía que se sucedía frente a él. Lo inverosímil de la escena lo tenía inquieto, más no estaba aterrorizado.

 

-Y bien, no me has dicho nada de los ángeles.

 

“Por supuesto, los ángeles. Seguramente se está refiriendo a los niños. Son pequeños; niños y niñas que parecen ser felices. Corren, no se quedan quietos. Sus inocentes caritas se ven….”

 

-¡Síndrome de Down!-  exclamo con gran sorpresa,  – ¡Todos ellos son niños especiales!

 

-Acá los llamamos ángeles- aclaró la joven mientras sostenía entre sus piernas a una chiquilla que se había acercado para curiosear.

 

-¿Acá?

 

- En tu mundo tenían etiquetas, también eran “invisibles”, pero acá son ángeles que le dan color a este mundo de fantasía.

 

- ¿Por qué hablas en pasado Mónica? ¿Dónde es acá?

 

- Mi pasado es tu futuro,  tu futuro es la esperanza de alguien, pero eso no va a pasar hasta que dejes de examinarte con el mismo rasero con el que te ven los demás.

 

-No entiendes Mónica…

 

-Al menos tú alcanzaste a ver la luz del sol, a sentir sus rayos y a contemplar la lluvia detrás de la ventana mientras tu madre te preparaba chocolate caliente. La vida te quiso enseñar desde muy temprano una importante lección: lidiar con tus diferencias. Javier, tú, al igual que estas flores y estos pequeñines, tienes tus particularidades, la esencia que te hace ser lo que eres. ¡Eres un diseño único mi vida! Siempre lo has sabido pero hasta ahora no has logrado entenderlo. Eres  creación primorosa de Dios, Él se regocija en lo variopinto del mundo, no porque sea mejor o peor, sino porque cada cosa creada, hasta una gota de lluvia, es única e irrepetible.

 

Un remolino de emociones se agitaba en el alma de Javier, ¡quería preguntar tantas cosas!

-¿Por qué hablas de esa forma? ¿Qué quieres decir cuando dices que yo al menos pude sentir la lluvia, y el sol, y el frío? Todos los sentimos, ¿no?

 

Con un beso en la frente Mónica despidió a la pequeña que estaba sentada en sus piernas para que fuera a jugar con los demás niños. Ahora su expresión había cambiado, una tenue melancolía se dibujaba en ese fino rostro de ojos tristes.

 

-Estos niños que ves acá- la voz se le ahogó por un momento - fueron niños no deseados. Sus padres pensaron que era mejor… - Una lágrima que galopaba solitaria por sus mejillas rozadas terminó de explicar aquello que no merecía mayor detalle. –En fin; a lo que quiero llegar corazón: no dejes que la ignorancia de ciertas personas apague esa luz que hay en ti. Eres diferente, es cierto, pero no eres menos que nadie ni vales menos que nadie. ¡Eres único!, y si algunas personas no se quieren dar la oportunidad de conocerte, o malinterpretan como debilidad tu forma de ser, el mismo sendero de la vida les conducirá por caminos donde, a las buenas o a las malas tendrán que aprender a lidiar con las diferencias.

 

-El chico asintió, y aunque tratara de ocultarlo, se le notaba conmovido.

 

-Ahora pídele perdón a Dios por decir que te odias a ti mismo y comienza a amarte para que puedas amar a otros.

 

- Mona..yo.. (¿por qué le digo Mona?). No sé si pueda perdonar a aquellos que me trataron como trapo sucio; hay mucho resentimiento.

 

-Y ese resentimiento es como un ácido que te quema y te hiere a ti mismo, cicatriza tu alma y te hace perder tu esencia. ¿Qué dijo Cristo en la cruz antes de morir?

 

-¿Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen?

 

-Exacto. Medita sobre esto.

 

-Mona (¿¡), ¿tú también eres… un ángel?

 

Pero Mona no le contestó porque en ese momento una luz brillante invadió el lugar; era como si la tierra estuviera absorbiendo los rayos del sol; un sol distinto que no lastimaba los ojos. La luz fue cuestión de cinco segundos; cuando se fue todo estaba como lo había visto cuando llegó. Los niños, al igual que Mónica ya no estaban, y tampoco quedaban rastros de la piscina de arena y del estanque de peces. El colegio nuevamente volvía a ser de piedra y ladrillo.

 

-Joven,- gritó una mujer madura y regordeta que sostenía entre sus gruesas manos un palo de escoba, - la entrada para los de bachillerato es mañana.

 

-¿No conoce a Mónica señora? Ella es la orientadora escolar.

 

-Este colegio no tiene orientadora escolar; la única Mónica que conozco es a la mujer de mi primo, y vive en Puerto Píritu. Joven, se tiene que marchar, no puede quedarse acá.

 

Una tenue llovizna había comenzado a caer. Las palomas espantadas habían volado buscando refugio en los tejados de los edificios circunvecinos.  Javier caminaba con paso lento, reflexionando sobre todo aquel extraño asunto, en lo que se dijo y en las emociones tan intensas vividas en tan corto espacio de tiempo. Mientras se alejaba, Javier entendió que había ganado una amiga, una hermana, una compañera, una cómplice.

 

“Hasta pronto Mona. Mi futuro es tu pasado y tu pasado será mi inspiración hasta que nuestros futuros vuelvan a coincidir en ese espacio de tiempo donde el tiempo deja de ser tiempo y se convierte en vida eterna”.

 

Muchas ideas fueron hilvanándose en su corazón. Ahora estaba triste, pero no era una tristeza como las que experimentó en el pasado; más bien era una melancolía que le dejaba entrever que los momentos tristes no eran otra cosa que la promesa de un tiempo mejor. Sin oscuridad no puedes apreciar la luz, a eso se refería su nueva amiga. El fin de las lágrimas está cerca.